El nearshoring está tomando protagonismo y, junto al onshoring y al reshoring, lleva a repensar la logística. Por José Poncio. experto en Supply Chain.
Por José Poncio, experto en supply chain, gestión de riesgos y comercio internacional.
La tecnología y los medios de transporte dieron un impulso fantástico a las cadenas de valor que, desde hace más de 40 años, empezaron a globalizarse, transformándose en más complejas, extensas y sujetas a riesgos entonces desconocidos. Entre los años 70 y los 90, el offshoring crecía e impulsaba la instalación de plantas en el lejano oriente para captar varias ventajas estratégicas: sueldos mucho menores en dólares, monedas devaluadas y menores controles ambientales.
Hoy el mundo está transitando una crisis sin precedentes de sus cadenas de abastecimiento, que ha puesto en duda el postulado del offshoring. Se trata de una crisis que la pandemia COVID-19 puso de relieve de manera definitiva y dramática.
Esto queda de manifiesto en el informe publicado por el World Economic Forum (WEF) en julio, titulado “Sombrío y más incertidumbre”. El mismo refleja las tensiones y los desequilibrios que enfrentaremos como comunidad global en los próximos meses de este año.
A su vez, silenciosamente, el impacto del hombre en el ambiente viene dando señales con eventos más severos y frecuentes, que también tienen su impacto específico en nuestra calidad de vida y en las cadenas de valor. De hecho, en el informe del WEF, de febrero 2022, se reporta que el 84,2% de las personas entrevistadas en diferentes puntos del mundo se encuentran preocupadas por los riesgos ambientales. En paralelo, en el informe de Riesgos Globales de la misma institución, de este año, los riesgos climáticos encabezan el ranking de relevancia. Así lo exhibe el siguiente gráfico.
Iniciado este 2022, la invasión rusa a Ucrania irrumpió de manera significativa en este ya complejo escenario, y un sesgado apoyo de China vino a sumar más tensión e incertidumbre. Todos estos factores interactúan potenciándose unos a otros, dejando un claro resultado: mayor incertidumbre.
Esta acción bélica implicó múltiples daños y efectos negativos en la confianza de la población mundial, no solo por sus 9 millones de desplazados y todos los lamentables y trágicos efectos de una guerra, sino también por su impacto en dos factores vitales en las cadenas de suministros globales: alimentos y energía. Con cierta sinergia, ambos bienes confirman la experiencia de la incertidumbre y traen consigo otro mal global, la inflación.
En el siguiente gráfico, podemos ver el comportamiento de los precios de los alimentos, informado por la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) en su reporte de julio. El mismo evidencia un aumento interanual del 23% en los precios promedio de los alimentos, comportamiento que acompañó y superó al de los combustibles.
El New York Times se hace eco de esta preocupación. El pasado 2 de julio publicó una nota de la periodista Patricia Cohen, donde plasma la preocupación global por la sostenida suba de precios de los combustibles y de la energía en general, que impactan a su vez en el bienestar de los pueblos. “La energía costosa contribuye a los altos precios de los alimentos, reduce el nivel de vida y expone a millones de personas al hambre. El aumento de los costos de transporte incrementa el precio de cada artículo que se transporta, envía o vuela, ya sea un zapato, un teléfono celular, una pelota de fútbol o un medicamento recetado”, remarca.
Otra variable que impactó en este escenario está asociada a los precios de los fletes marítimos y transportes aéreos, insuflados por la fuerte demanda de materiales sanitarios para combatir el COVID-19. Poco a poco, las marítimas comprobaron la inelasticidad del precio de esa demanda, y lograron subir fuertemente sus tarifas, que se vieron incrementadas en un promedio superior al 500% para Latinoamérica.
Ante tan severa incertidumbre, los líderes logísticos tienen la certeza de que deben abastecer sus plantas productivas al ritmo de su demanda. Tienen la seguridad de que tendrán decenas, centenas o millares de operarios esperando, y a continuación de ellos, toda una cadena de valor también al aguardo de que todo fluya para que llegue a su consumidor o usuario final, en tiempo, forma y costo esperados.
Pero basta que falte un tornillo que viene de China para que todo se descalabre. Un tornillo quizás pueda ser reemplazado por otro, pero cuando se trata de una pieza o de un insumo específico, solo el hecho de imaginarlo hace subir el cortisol a los responsables del abastecimiento. Cada vez es más probable que algún evento o una cadena de eventos rompa ese flujo continuo logístico.
El estrés, la tensión y la frustración que algunos líderes y operadores de estas cadenas experimentan es difícil de medir y cuantificar económicamente. Sin embargo, este no es el caso de los costos incrementales y en algunos casos, fuera de control. Se trata de lo que conocemos como “riesgos ocultos” que surgen y reinciden de manera dramática por imprevistos, faltantes, tiempos muertos, movimientos innecesarios que hacen todo más costoso, incierto, lento e improductivo. En este contexto aparece una práctica que no es nueva, pero que toma impulso y vigencia, y que puede ser una parte importante de la solución: nearshoring.
Nearshoring es un concepto que nace junto con el afamado offshoring. A diferencia de este, propone localizar plantas, proveedores y servicios en países más cercanos a la producción principal.
Este recurso estratégico, el nearshoring, reduce notoriamente los riesgos más relevantes de las cadenas de suministros de hoy. Reduce tiempos, energía, movimientos y, con un claro menor impacto ambiental, reúne todas las virtudes para considerarse una prioridad.
El BID reconoce esta herramienta como virtuosa. En un informe de este año, estima que el nearshoring puede agregar a Latinoamérica nuevos negocios por USD 78.000 millones de dólares. Esta sería una de las ventajas a la que se suma además un menor impacto ambiental por el menor uso de combustibles, y un virtuoso impacto en los movimientos migratorios, habida cuenta que se podrían llegar a instalar nuevas operaciones o ampliar las existentes. Claro está que será necesario que la política acompañe este proceso, garantizando seguridad jurídica, infraestructura, educación y condiciones fiscales que incentiven la iniciativa.
En este 2022, el nearshoring está tomando protagonismo. Junto con el onshoring y el reshoring, se busca repensar las cadenas de abastecimiento, como una herramienta que le permita dar más previsibilidad y confiabilidad a los procesos productivos y, en definitiva, a los consumidores que los sostienen.
Los líderes logísticos tendrán la tarea de repensar sus redes de abastecimiento buscando minimizar los tiempos y movimientos totales. Esto incluso considerando “el proveedor del proveedor”, de manera de reducir significantemente la incertidumbre de sus procesos de abastecimiento y garantizando una supply chain siempre ágil, eficiente, confiable y esbelta.
Ver también: De operador logístico a aliado para el comercio exterior